lunes, 12 de enero de 2009


LAS GALLETAS



Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación, le informaron que el tren en que viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. Entonces, la elegante señora, visiblemente fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó, resignada para la espera.
Mientras hojeaba la revista, un joven vino a sentarse a su lado y comenzó a leer un diario. En cierto momento, la señora observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La mujer acabó por molestarse, pero no quería ser grosera, ni tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada estaba sucediendo; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y extrajo una galleta, la exhibió frente al joven y enseguida se la llevó a la boca, mirándolo fijamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra y con la vista fija en ella la comió y sonrió. La señora, furibunda, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, sosteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la mujer se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba una galleta. «No podrá ser tan cara dura», pensó, mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.
Con calma, el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció una parte a su compañera de banco. «¡Gracias!», dijo la mujer, tomando con rudeza lo que le ofrecían. «De nada», contestó el joven sonriendo suavemente, mientras comía su mitad. Entonces, se anunció la partida del tren.
La señora se levantó furiosa del banco y subió al vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento, vio al muchacho todavía sentado en el andén, y pensó: «¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de nuestro mundo!».
Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado, abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas sin abrir.
Cuántas veces nuestros prejuicios nos hacen valorar erróneamente a las personas; cuántas veces la desconfianza ya instalada en nosotros, hace que juzguemos injustamente perdiendo la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones.

3 comentarios:

  1. Sabes bebe esa es la gracia de que nos pasen cosas,que si no como aprendemos de los errores,pos aunque muchas veces tarde pero aprendemos, es la ley de la vida.que nos tenemos que tropezar y caer para levantarnos con mas fuerza y tratar de no tropezar de nuevo con la misma piedra (como dicen por hay)
    te aseguro que la señora aprendio la leccion.
    te amo bebe
    Caro

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  2. que graciosa eso es mas cierto que na pero es una cosa curiosa, que se ve de diferente forma leyendolo en otra persona, pero es cierto tenemos muchos prejuicios y solemos compartir cuando mucho los buenos dias.. muy bueno si señor.

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  3. chikito
    sabes es verdad , yo lo pase en carne propia,
    muchas veces tu te alejabas de mi y yo no entendia , yo lloraba y pensaba ya no me kiere, y tenia mi alma rota.
    Tu me decias mama confia en mi se ke no me entiendes pero confia en mi.
    y el gran amor ke te tengo pudo mas ke la desconfianza y el dolor y crei en ti y sabes
    chikito aprendi la leccion porke se ke aunke aparente ke te alejas ke no me hablas , igual me kieres y me cuidas, es lo mismo con las demas personas cuantas veces gana mas la desconfianza a pensar las cosas con calma.
    si , chikito una belleza de poema una gran leccion de vida y como siempre un gusto leerte.
    te camelo mi chikito bello
    muackisssss a tu almita bella
    tu mami

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